En el fondo, se oye música electrónica comercial. Una barra en donde sólo se venden caguamas y ampolletas (no pregunté qué eran) te recibe a la entrada. Paredes blancas y luces bajas, este lugar no necsita llamar la atención de los que van pasando, aquí entran los que lo conocen, los que saben a lo que van.
Entramos sin la necesidad de pagar cover y en el "hall principal" estaba una pareja de dos hombres platicando muy seriamente sentados en un sillón blanco. Los ví y me dolió el estómago, no habían pasado mas de tres horas desde que yo había estado en esa situación en donde desde lejos todos pueden ver que estás teniendo una plática muy seria y que las cosas no van bien. Seguimos caminando, siempre buscando la famosa barra en donde venden las chelas normales a veinte pesos.
La verdad es que muchas veces me ha pasado que veo las películas y las series donde en algunas ocasiones se presentan antros que me hacen preguntarme si de verdad existen. Efectivamente de verdad hay lugares en donde la gente baila tan libremente, sin camisa, con camisa, de saco o de playera sin mangas, con pareja o sin pareja, sin ninguna inhibición.
Señoras y señores, si existen esos lugares y el Cabaretito es un lugar en donde se puede encontrar de una manera surreal un mundo subterráneo en donde los que se encuentran ahí parecen haber pasado en ese lugar toda su vida. Desde que se llega a la gran pista de baile, se puede sentir que todos los presentes (95% hombres, 3% trasvestis y .5% mujeres) se encuentran en total y completa confianza.
Las luces azules y blancas se mueven al ritmo de los bailes que al parecer son conocidos por todos pero nunca antes vistos en otros lugares, pasos sencillos pero perfectamente coordinados con el beat, movimientos que te hacen saber que no es la primera vez que se ensayan, hombres que bien podrían acabar en la pista de baile a tantas mujeres que juran que bailan bien.
Los hay de todo tipo: hombres jóvenes, que definitivamente no llegan a los 18 años y que podrías ubicar fácilmente en una secundaria como los típicos niños extra flacos, de lentes cuadrados, que casi siempre se visten con chalecos o suéteres de rombos. Pasando por los señores de traje, con zapatos boleados y corbata todavía apretada, los jóvenes condechi con bufandas de cuadritos y skinny jeans, por otro lado, los casuales, los hombres que si los ves en otro contexto jurarías que son padres de familia.
Altos, chaparros, de tez morena y clara, de lentes, de barba de candado, ropa de cuero y con tatuajes, de camisa abrochada hasta el último botón, de braquets, con sombreros, o sin camisa. Aquí no hay estigmas, no hay estereotipos, el cliché de hombre gay se rompe por completo y demuestra de manera cruda cómo las diferencias vienen en todos los tamaños y colores, y al final, es lo que menos importa.
Parece ser que todos esperan "algo", porque bailan pero ven hacia el centro. "Es como las fiestas de secundaria en donde esperabas que te sacaran a bailar" me dijo mi fiel compañera, estoy totalmente de acuerdo. Eran pocos los atrevidos que bailaban sólos en el centro, los demás lo hacían en las orillas, no sé si esperando a que los encontrara su nueva conquista o buscando una nueva presa antes de atacar.
En las pantallas del fondo, el inconfundible video de la canción "Azul" de Cristian Castro. La toma en donde sus shorts blancos se mojan y se vuelven transparentes siempre me ha causado náusea.
Es un ambiente sin pretenciones, no hay poses, ni cadena, ni gente esperando fuera como en otros antros gay como Lipstick, Envy o Blackout. Aquí la gente es algo más relajada, cada quién en su rollo. No faltan las miradas frívolas y las miradas divertidas aunque mi fiel compañera no podía evitar sentirse ajena y observada. Ir a Cabaretito es darse cuenta que hay lugares en donde la gente es tan diferente, en donde lo que se hace no se juzga, porque no hay individuos, sólo hay un nosotros y el nosotros no juzga, te incluye, te da la bienvenida y te hace ser parte del baile, ya sea libre o en coreografía, del ambiente tranquilo y a la vez eufórico, de las miradas que ligan y que matan, de una dinámica que parece fluir por sí sola y de un mundo que en otros lugares es escondido, de una realidad que muchos prefieren ver como inexistente.
A la salida ví un póster que decía: CLUB GENERACIÓN C
ABARETITO con un arcoiris atrás. Me quedó claro que la palabra generación pierde el sentido coloquial que todos le damos. Aquí los que pertenecen a la generación no tienen la misma edad, no han vivido las mismas cosas, no se conocen como grupo, no tienen un fin en común y es justamente por eso que vienen a este lugar.
Irónicamente, la búsqueda de las diferencias es lo que los hace a todos iguales.
Un espacio en donde la individualidad resalta de primera vista, pero en donde se puede sentir el "nosotros" cuando se pone atención. Un antro en donde lo menos importante es el costo de la mesa, el alcohol o el servicio. Una pista en donde el baile grita a todo pulmón que nada se compara con la expresión sin miedo que definitivamente no hay nada como bailar y saber que aquí, a diferencia de allá afuera, no importa tu nombre o tu preferencia sexual, lo único que realmente importa, es que te dejes llevar y que siempre siempre te sepas el siguiente paso de la canción.
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