martes, 14 de octubre de 2008

A la deriva...

Sin rumbo específico comenzamos nuestro camino en el Zócalo capitalino, lugar que define nuestra historia y es huella clara del pasado que todos los mexicanos compartimos. Comenzamos a caminar entre tanto tumulto ya que era la feria del libro (cabe aclarar que venía del metro, sistema de transporte excesivamente efectivo y excesivamente concurrido), me sorprendió lo bien montada que está, incluso hay un cine. En este espacio observé muchos niños que sinceramente me causó gusto, mamás y jóvenes hojeando entre tantas opciones, ¿Cuánta gente ni siquiera se ha enterado?



Caminamos con dirección a la catedral, dimos un vistazo al Templo Mayor cuando nos llamó la atención un extraño ritual, en la plaza entre la Catedral y el las ruinas aztecas se realizaba un extraño rito, “limpias de aura azteca para la paz mundial, el amor, el dinero, la abundancia, la salud, el estrés, los dolores, el agotamiento…” y pensé por qué no sarandear esa planta y ese humo al globo terráqueo, aunque esta limpia era gratis no me alcanzaba para dar una propina correspondiente a tal hazaña.



Conocimos entonces el Sagrario Metropolitano que a comparación con la Catedral no tiene un gramo de bonito así que salimos y nos dirigimos hacia el centro de la imagen (revisar post anterior). Al salir continuamos nuestra caminata para entrar al Centro Cultural España, lugar que he visitado ya muchas veces, veces que han sido insuficientes (al igual que todas las vistas a museos que he hecho) ya que cada mes hay distintas exposiciones y espectáculos. En esta ocasión, vimos un nuevo tipo de arte a partir de los desechos o la basura que producimos, fuerte crítica a nuestra realidad y una muy innovadora manera de reciclaje: aquí nos enfrentamos a la cultura mexicana y como es que a partir de cosas que parecen ya inusables hacemos cosas nuevas, un refri viejo y feo puede servir de carrito de helados o paletas.



Iba a llegar el novio de Andy, así que nos regresamos un poco, pasando por kioskos turísticos y el Turibus vimos a lo lejos McDonald’s. Si, en frente de la carga símbolica mexicana que es el Zócalo yo moría de hambre y entre por un McMuffin y un refresco de manzana ante las quejas de Andy y Alma que, igual que yo, acabaron consumiendo. Me sorprendió ver que había mucha gente desayunando, mexicanos y extranjeros, en verdad McDonald’s ya es parte de la cultura global. Salimos, echamos el cigarrito frente a un centro de acopio para los damnificados y otra sacerdotisa azteca que carga sus cascabeles, hierbas y tambores en una bolsa de Winnie Pooh.



Llego el susodicho y caminamos hacia Santo Domingo, insistí en ir hacia allá porque me encanta la plaza y la Iglesia por dentro, entre ríos de gente nos abrimos paso por la banqueta hasta llegar a una calle cerrada por un plantón que busca mantener el “territorio y sus recursos (Pemex)” dentro de la patria. Desviándonos un poco continuamos hacia la Iglesia ¡Qué bonito se ve el centro sin puestos ambulantes! ¡¿Cómo carambas están comiendo los hijos de los vendedores ambulantes?!

Después de admirar Santo Domingo y del cargo de conciencia por nuestra pequeña parada en McDonald’s ingresamos a un pequeño y bonito cafecito a un costado de la Iglesia donde anunciaban pan de muerto y chocolate caliente por veinte pesos. Era demasiado tarde, ya no había pan de muerto. Un bisquet lo sustituyó y comenzamos nuestro camino de regreso entre tantos edificios antiguos, que aunque descuidados, siguen siendo bellísimos y cargados de historia. El tiempo se nos venía encima y nos dirigimos de nuevo al Zócalo. En medio de tanta cultura (tradiciones, libros, los aztecas, la conquista, la Independencia, la Revolución, la bandera, los tacos de canasta, las iglesias, la cede del gobierno, las muñecas de hilo, etc.) nos volvimos a reunir toda la clase de Entretenimiento y emocionados por empezar el fin nos despedimos. Tomé el metro de regreso, ruta que ya me sé de memoria: línea azul hacia Cuatro Caminos, transbordando en Hidalgo para tomar la línea verde hacia Miguel Ángel de Quevedo. $60 pesos de estacionamiento en el Wal-Mart y mi coche francés hacia mi casa.

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